Cabinas

Hoy se puso a pintar con ahínco las paredes de la nueva cabina. La segunda que instalaba y que salía de su iniciativa. Dos años atrás había tomado la decisión de independizarse, y quien hubiera sospechado que ya iba por una segunda cabina de masajes.

Siempre le gustó compensar a la gente con sus masajes relajantes, se había especializado y no perdía ocasión para actualizarse. Sabía que no todos entendían la magia que esto conlleva, que algunos lo habían prostituído, o que otros no se entregaban a él como debiera, pero todo lo compensaba ver la satisfacción que sus clientes manifestaban cuando amorosamente (sí, esa era la palabra) recorría con sus manos esos cuerpos que bien podían estar cansados, tristes, tranquilos, estresados, descuidados, olvidados, de tantas maneras ...

Pensó en la comunión que se generaba en el proceso, la comunicación tan íntima que se lograba, y que en realidad no era una exageración decir que esto era una terapia, era un tratamiento para el cuerpo que ella había convertido en un tratamiento para el espíritu.

El desfile de sus clientes y sus historias combinaba con su propia vida, sus etapa depresiva, su matrimonio tan singular, su sobrina, su hermana, su cuñado y hasta su propio marido, le habían enseñado que la vida se sustenta sutilmente en la concepción que la mente hace de la misma, y que esa mente que todos damos por funcional, en muchas ocasiones muestra resquicios inalcanzables que nos hacen a cada uno diferente.

Ella era diferente, pero de esas diferencias que todos quisieran, siempre apacible, siempre comprensiva, siempre sonriente, era una luna en la noche, un sol en el día, era una luz que se extendía a los largo de sus manos y entraba subrepticiamente en la piel de sus clientes.

Todas las noches, al cerrar su consultorio o spa, observaba sus cabinas y podía darse cuenta de todo lo que habían acumulado. Cada día esas cabinas escuchaban una historia, bien sea por boca del paciente, bien por la energía que liberaban al contacto de esas manos mágicas que todo lo curaban. Cada día ella se hacía más sabia.

Por años había rechazado la invitación que Julio le hacía, sesión tras sesión:

- ¿Cuándo me vas a aceptar un café? - Preguntaba Julio

- Pues no sé - respondía Azucena, es que estoy ahora muy ocupada integrando la segunda cabina

Y cuando no era eso, había visitas en su casa, o su hermana le había solicitado apoyo, o cualquier otra cosa. Actividades no le faltaban y todas ellas habían servido de pretexto para no salir con él.

Algo había entre ellos que Azucena no quería admitir. Estando casada, aceptar un sentimiento de atracción por otro hombre le complicaría la existencia. Su mundo estaba ya hecho, ¿para qué complicarlo?

Sin embargo, tanto va el cántaro al agua que al fin se rompe. Julio nuevamente la invitaba a comer el sábado siguiente. Ella sabía que estaría sola ese fin de semana, su marido estaba en unas conferencias fuera de la ciudad, y no resistió la tentación.

- Pues háblame cuando te desocupes el sábado- dijo Azucena - y yo me organizo para verte.

Así, después de cuatro años de conocerse, él le habló a las 2 pm, a las 3 pasaba por ella, y cuál no sería su sorpresa de verla totalmente diferente, en vez de la masajista profesional con bata y pants, encontró una mujer sensual y provocativa. Vestida con una minifalda, botines, una blusa escotada y maquillada, salía a su encuentro.

Por unos instantes perdió el habla, no supo que comentar, y la sonrisa divertida de Azucena se convirtió en carcajada. Ella sabía perfectamente el efecto que podía provocar en los hombres, y Julio no fue la excepción a la regla.

Cortesmente abrió la puerta de su auto, la ayudó a entrar y rodeando el auto abordó por la parte que le correspondía. Nunca lo hubiera creído, esa hermosa mujer lo acompañaba ahora, quien sabe hasta dónde llegarían...

La comida transcurrió sin imprevistos, la conversación fluyó por horas, y el vino hizo lo suyo, sus ánimos se relajaron y sus defensas se debilitaron. La comida de amigos empezó a tornarse en un juego de seducción. Cada quien manejabas sus piezas magistralmente, ambos eran grandes jugadores. Nadie mostraba sus intenciones verdaderas, conversaban de temas muy elevados y profundos, de la energía cósmica, el inconsciente colectivo, de las tretas de la mente, pero en realidad solo esperaban el momento para unir sus labios.

La comida terminó con un digestivo, y de ahi salieron a caminar por el lugar. La Condesa, un lugar lleno de vida, los distrajo con todos los personajes que transitaban. Los juglares, las parejas gay, los músicos, todo ese concierto de humanidades ahí reunidos enmarcaban su andar tranquilo. Él la tomó por la cintura y ella detuvo la marcha, se voltearon uno frente al otro, y por primera vez se besaron larga, suave y sensualmente.

En ese instante supieron que la exploración de sus libidos iniciaba apenas, y que ese beso los invitaba a continuar sin resistirse hasta el final. Sin comentar nada al respecto, se dirigieron al departamento de Julio. Entraron como si lo hubiesen hecho continuamente, ella se sentó en la sala, mientras Julio encendía su Ipod para escuchar una música suave y seductora tipo lounge.

Se sentó a su lado, y cruzando sus miradas volvieron a besarse. Cerraron entonces sus ojos y dejaron que la magia de su encuentro los envolviera. Amanecieron abrazados, transformados. Una nueva sensación había entre ellos.

Ya no era necesario comentar muchas cosas, bastaba solamente con intercambiar sus miradas. Cada uno de ellos dejó su vida anterior, sus parejas, sus familias. Ahora se les ve a la orilla del mar atendidendo el restaurant de comida mediterránea que tanto había soñado Julio. Ella tiene un Spa junto al restaurant. Las tardes es su momento de reencuentro, al ponerse el sol, normalmente caminan por la playa mientras acuden al cotidiano espectáculo que la naturaleza les brinda.

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